¿Qué es lo que queda del estoicismo?



La mayoría que conoce al estoicismo tan sólo de nombre o por lo que ha aprendido en la escuela, tiene del mismo una idea sumamente inadecuada. Cuando se habla de actitud estoica, habitualmente se piensa más bien en fuerza de ánimo, pero caso como en una actitud de resistencia pasiva, en una indiferencia desapegada respecto de la vida. También están los que han querido ver en el estoicismo algo afín con el cristianismo, al cual incluso le habría preparado el camino.

Todo esto corresponde sumamente poco del verdadero espíritu del estoicismo, en especial del que tomó pie y se desarrolló en Roma. A este último respecto debe recordarse que en la antigua Roma fueron sobre todo las estirpes patricias las que siguieron tal doctrina, que tenía menos el significado de una "filosofía", que el de una ética viviente, y que a tal respecto el estoicismo ayudó a una especie de reforzamiento y reintegración en su estilo originario de partes notorias de la nobleza romana.

Se puede denominar a la estoica como una ética eminentemente viril, realista y apta para el espíritu de los combatientes. Así pues son de Séneca estas palabras: «No temo decir entre los estoicos y los otros la diferencia es tan grande como entre un varón y entre mujer hechos, en la vida común, el uno para mandar y el otro para obedecer». Existe en el verdadero estoicismo una afinidad de naturaleza, más aun, verdadero parentesco, entre los dioses y el hombre verdadero. La mente es denominada "el Zeus (el dios olímpico) en nosotros"; es también denominada egemonikón, es decir, el principio soberano. La ética estoica es la de la soberanía interior, la cual agrada a Dios, puesto que - según tal doctrina -digno de Dios no es el hombre que se humilla, sino el que lo iguala.

Respecto de la conducta general de vida, es esencial la distinción, hecha ya por los estoicos griegos, entre ta eph'hemin, es decir entre lo que depende de mí y lo que en cambio no depende de mí. Éste es el aspecto realista del estoicismo. El mismo invita a discriminar fríamente todo lo que se encuentra en nuestro poder de aquello que no está en cambio en nuestro poder, a fin de que el espíritu no se encuentre perturbado por ello y quede excluida toda agitación estéril, justamente para la conciencia realista de aquello que no está en nuestras fuerzas prevenir o modificar. Pero si, en la condición humana, no dependen de nosotros muchas coyunturas y contingencias, depende sin embargo de nosotros la actitud que se toma ante las mismas, nuestra reacción ante éstas, o a tal respecto para el hombre verdadero no hay excusa: él puede y debe ser el señor de su vida interior. El dominio de los impulsos, de los sentimientos, de las pasiones se vincula al ta eph'hemin, así como la eliminación de todo irracional movimiento del alma. Aquí se ejerce la virtus del hombre verdadero.

Esta virtus, romanamente, no es ni la pequeña moral (la "moralina" de Nietzche), ni un puritanismo. El estoicismo no implica necesariamente un ascetismo como renuncia a aquello que de agradable puede ofrecer la existencia. Su precepto es sólo el de que tales cosas no vinculen al alma. Así los estoicos griegos, además de distinguir lo que es bueno y malo en sentido superior, consideraban una tercera categoría, la de los adiáfora, es decir de las cosas indiferentes; y entre adiáfora se halló quien incluyó también los placeres del sexo. La justa actitud a tal respecto es indicada por una semejanza de Epicteto; así como el hombre de un barco, una vez que ha desembarcado a tierra puede recoger diferentes cosas  y beber agua fresca, sin embargo debe hacer todo ello pensando en el barco, estando preparado, ante el llamado del piloto, a dejar todo. Al estoicismo le importa tan sólo que no se lance uno desesperado al banquete de la vida. La dignidad es uno de sus valores más altos. Dejemos una vez más hablar a Epicteto: «recuerda que debes comportarte en toda la vida como en un banquete. Si se está ofreciendo una comida y te la presentan, extiende tu mano y toma de ella civilizadamente. ¿Pasa de largo? No la detengas. ¿No llega todavía? No te dejes asaltar por el apetito, espera que venga. Lo mismo debe suceder con las mujeres, las cosas, las dignidades y los hijos, y tú serás así digno en un mañana de sentarte a la mesa de los dioses».

El estoicismo cual ética de combatientes se delinea sobre todo en las enseñanzas respecto del sentido de la desgracia y la actitud a asumir frente a la misma. A tal respecto es en Séneca que se encuentra las formulaciones más sugestivas. La semejanza es ésta: en el ejército, para las expediciones más peligrosas, para las tareas más duras son elegidos los valientes, mientras que los débiles y los cobardes son dejados en la retaguardia. Y aquel que es elegido para aquellas misiones dice: «El jefe me honra». Así pues -dice Séneca - «para el hombre verdadero toda adversidad es un ejercicio». «¿Cuál es el hombre digno de este nombre que no desee pruebas que estén a su altura, que no busque tareas peligrosas que realizar?». Todo lo que le acontece de adverso él lo convierte en ventaja propia, viendo en ello una ocasión para templarse, para formarse. «Infeliz es aquel que no ha conocido nunca la desgracia - agrega Séneca -puesto que él no sabe, ni nosotros tampoco sabemos de aquello de lo que es capaz». Y también: «Hay un espectáculo capaz de distraer la atención de Dios respecto de su obra: el del hombre que lucha con su desventura, especialmente si ha sido él mismo en haberla desafiado». Para Séneca, el hombre verdadero es más que los dioses, puesto que si éstos se encuentran al reparo de los males por naturaleza, él en cambio tiene el poder de superarlos.

En «aquello que depende de mí» se encuentra la fiereza en la capacidad de impedir que injusticias e injurias perturben su alma. Dejemos hablar nuevamente a Séneca: «Cuanto más tu nacimiento, tu fama, tu suerte te distancia de los demás, más aun debes demostrar vigor recordando que en los combates los cuerpos elegidos forman la primera línea. Ofensas, insultos, afrentas, injurias de todo tipo, todo esto debemos considerarlo como vociferaciones del enemigo, como flechas lanzadas desde muy lejos para poder alcanzarte y herirte. Y aun cuando te pareciere que el ataque supera a tus fuerzas, no cedas. Defiende la posición que la naturaleza te ha asignado. ¿Qué posición? La del hombre». Hacerse vencer en tales casos por móviles irracionales del alma, significa abdicar a la propia dignidad.

Es notabilísima luego la norma de una calma en la acción y de una acción en la calma, de acuerdo al dicho: «Inter se ista miscenda sunt: et quiescenti agendam et agendi quiescendum est». Es el estilo de quien es verdaderamente soberano en el mismo dominio de la vida activa, y no el agitado, el hombre atrapado por el descompaginado impulso a hacer, a llegar, a cumplir. Es un buen metro para medir el nivel espiritual del "activismo" de nuestros días.

El estoicismo (así como el budismo y la ética extremo-oriental) admite el suicidio. Pero lo que se ha mencionado es suficiente para indicar su verdadero sentido: el mismo lo admite  no como una fuga, sino como una extrema sanción de la soberanía y de la libertad interior del hombre. De la misma manera que en Oriente, se encuentra aquí implícita la idea de que el hombre se ha lanzado él mismo a la aventura terrestre. Su imperativo normal es, tal como se ha visto, el de mantener las posiciones. Pero él no debe nunca olvidar que esto es él quien lo quiere. De lo contrario, la puerta para "salir" se encuentra abierta: patet exitus. Es nuevamente un rasgo de virilidad, de autonomía espiritual.

Además de esto, Séneca, de la misma manera que Platón, habla de un doble Estado, al cual el hombre verdadero pertenece al mismo tiempo: el uno es invisible, eterno, espiritual, el otro es el de la tierra. Y dice: «Que existan seres invencibles, caracteres en contra de los cuales las contingencias nada pueden, ello es en el interés del Estado de los hombres».


La Tradición Romana
Julius Evola

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